martes, 2 de febrero de 2010

El sol y yo


Mis ojos arden, y no ven, ni mi mente hoy se halla en vigilia.

Mi alma se retuerce desde su dimensión de titiriteros, y un constante crujido de reloj roto suena en el pecho de este muñeco de cera y piel.

Hoy no siento las alas, pero siento su resplandor. Se que arden pero nunca se consumen, y como el devenir me dijo una noche de copas, nunca se consumirán, porque aun ardiendo volaré.

Y sin embargo hoy camino a ras de suelo, como un no muerto mal maquillado en una mala película. Y arrastro los pies sin emitir luz, oscureciendo las linternas de esta cueva con un film de soledad, en ausencia siquiera de autocompasión, arañando las rocas en busca del sol.

Un sol que parece tardar eternidades en llegar, pero que cada cierto tiempo deja asomar tímidamente sus haces a través del refugio, y me escondo durante unos instantes atemorizado por tanta luz en este pozo.

Pero luego me despierto y corro, y agito mis carbonáceas alas, corro a cuatro patas y me araño los nudillos mientras sangro alegría, y me lanzo al sol de cabeza como un moderno ícaro, sin preocuparme de cuanto de mi cuerpo pueda ser devorado por la luz, puesto que no me importaría morir ardiendo en tan pasional latido de inabarcable felicidad.

Hoy espero desde mi cueva el retorno de la luz. Y se que llegara pronto

Siempre llega,

Pues el mismísimo sol me lo prometió.

1 comentario:

  1. Los que llevan mucha luz siempre van ciegos por la vida... eso sí, el resto del mundo trata siempre de contarles lo mucho que brillan desde fuera. Y sí, desde el pozo se reflexiona muy bien (en mi caso es una cárcel de piedra), pero Helios siempre está dispuesto a darnos otro amanecer. Y se ve incluso desde el pozo más profundo. Suerte.

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